Las mujeres somos diferentes... por lo menos eso opinan los hombres... Y, a veces, esa diferencia se siente como vallados que saltar... se problematiza la sensibilidad de las mujeres... el sentimentalismo... el misterio de lo que piensan... la feminidad... las curvas... la mirada... la forma de expresarnos... el razonamiento que usamos... Bueno, que las mujeres para algunos hombres somos un gran problema... tanto más en el ámbito religioso...
Y, sí, es cierto, las mujeres pensamos y sentimos, percibimos e intuimos, juzgamos y vemos anticipadamente las cosas, en ocasiones, muy diferentes a los hombres. Es por eso, que en algunos contextos religiosos, se ha optado por dejarlas afuera de algunas esferas. Ejemplo claro de esto lo vemos en los musulmanes, quienes aún excluyen a las mujeres físicamente del espacio que se usa durante el tiempo de adoración a Allah, porque las mujeres pueden ser distracción para los hombres, por eso también algunas culturas islamicas promueven que la mujer este completamente cubierta. No obstante, y de maneras mucho más sutiles, esto también ocurre dentro de la cristiandad, donde el hombre y la mujer pueden adorar juntos pero no pueden compartir el poder y la toma de decisiones. El caso más reciente donde se ventiló este asunto fue en la iglesia anglicana cuando votaron en contra de la propuesta de que la mujer ordenada pueda servir como obispo. En nuestra cultura cristiana, no se nos manda a ponernos la burka pero se nos mantiene fuera de algunos espacios, que debiendo ser inclusivos por la naturaleza del cuerpo en el cual servimos, se han vuelto dimensiones exclusivas del varón, por lo tanto excluyentes de la mujer.
El hecho de que seamos diferentes, significa esto que los hombres o que las mujeres estemos mal... ¡NO! Significa simplemente que la Divinidad, en su diseño inteligente, nos hizo diferentes para que nos complementaramos, como iguales portadores de Su imagen y semejanza, no sólo en el ámbito familiar y hogareño sino en todas las esferas de la vida... inclusive la religiosa. Esto quiere decir, que en cualquier ámbito que el ser humano se desenvuelva y deje fuera a las mujeres, se está autolimitando en la perspectiva, percepción e interpretación de lo que sea que este haciendo o se proponga hacer.
¿Cuál es nuestra propuesta en esta brevísima reflexión...? Pues la inclusión de hombres y mujeres en todos los niveles de la vida religiosa y eclesial tal como Cristo lo hizo. Jesús no sólo permitió que las mujeres le siguieran de lejos como parte las multitudes, sino que recibió de ellas el respaldo económico (ver el caso de las mujeres que sostenían el minsterio de Jesús), El las acercó, les dio y proveyó un espacio cerca de El como aprendices (ver el caso de Marta y María, las hermanas de Lázaro); les permitió ser proclamadoras del Evangelio (ver el caso de la samaritana y las mujeres en el sepulcro)... en fin que Jesús, siendo hombre, no tuvo problema alguno en relacionarse con las mujeres y permitirlas en Su entorno más cercano y darles participación igual que hizo con los hombres. Seamos más como Cristo...
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